Durante cinco años, el abad había enseñado al novicio todo lo que sabía. Un tiempo después, el novicio regresó de su cueva del desierto, y ambos decidieron tomar té juntos, apreciando la puesta de sol. El abad estaba contento, pero el discípulo parecía triste.
-Hice todo lo que me pediste, y no consigo ser como tú. No aprendí nada.
El abad fue a su celda y volvió con una capucha parecida a las que usaban los beduinos.
-Ponte esto.
-No puedo. Es demasiado pequeño para mí.
-Entonces reduce tu cabeza.
-Eso es imposible.
-Más imposible es querer actuar como yo. Cada sombrero sirve sólo para quien lo compra, cada camino sirve sólo para quien lo recorre.
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