Había una vez un cura
en un pueblo castellano
era bajo de estatura
su cabello era muy cano
y su mirada muy pura.
Pastor cuidador soy fiel
conocía sus ovejas
y su ovejas a él
con que palabras de miel
los consolaba en sus quejas.
Cuando el parroco pasaba
cuando hacía sus visitas
cuando hablaba
cuando oraba
sembraba unas margarítas
que solo Dios contemplaba.
El niño le sonreía
le suplícaba el mendigo
y el bueno le bendecía
y el malo, malo no había.
En este pueblo que dígo
de pronto, triste jornada
en una tarde enlutada
de aquél año 36
entrad en el pueblo veis
un grupo de gente armada.
El ama empieza a gritar
-Señor cura escondase
que le vienen a buscar.
-¿Y porque me he de ocultar?
si nunca a nadie dañé.
Tranquilo a su encuentro sale
y con aquel sonreír
les empieza a decír
que con lo poco que vale
él les quisiera servir.
Más sis dejarle acabar
ellos bociferan:
-Basta!! te venimos a matar
hemos jurado arrasar
con todos los de tu casta.
-¿Porque me matais?-exclamaba-
en un momento de espanto
más pronto siento la llama
con que el espiritú santo
para el martirio le inflama.
Y avanza de ellas delante
y al oirlos discutir
con que armas, en que instante
y como él al morir
le dice noble y radiante
-Hijos mios no griteís
matarme como gusteís
solo os pido por mi parte
que las manos no me ateis.
-¿Y porque hemos de atarte?
-Porque quiero con mis manos
bendeciros al morir
y perdón a Dios pedir
yo soy sacerdote hermanos
y mi oficio es bendecir.
Despues de pena y de gloria
se partía el corazón
el que miraba esa escena
unos aullidos de hiena
y enfrente, enfrente una bendición.
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